II JORNADAS LA PILETA: LA OCUPACIÓN NAPOLEÓNICA.

Las recreaciones históricas como recurso de conocimiento, tolerancia y para el desarrollo local.
La ocupación napoleónica. El caso del Alcalde Carbonero, de La Peza.

ASOCIACIÓN CULTURAL Y TURÍSTICA LA PILETA _ Íllora, 23 a 27 de abril de 2024

 

PROGRAMACIÓN. Programa en pdf

Ciclo de Cine Histórico. Tema: Guerra de la Independencia”
Martes 23 a jueves 25
Museo Municipal de Íllora / 19.00 h.

 

Martes 23

 

 

”Los duelistas” (1977), Ridley Scott.

Dirección: Ridley Scott
Guion: Gerald Vaughan-Hughes. Novela: Joseph Conrad
Música: Howard Blake
Fotografía: Frank Tidy

 

Sinopsis:
A principios del XIX, durante las guerras napoleónicas, un teniente de húsares del ejército francés, el aristócrata Armand D’Hubert (Keith Carradine), recibe la orden de arrestar al teniente Feraud (Harvey Keitel) por haber participado en un duelo. Feraud, encolerizado, desafíará una y otra vez a D’Hubert durante quince años.

 

Miércoles 24

 

 

 

“Waterloo” (1970), Sergei Bondarchuk.

Dirección: Sergei Bondarchuk
Guion: H.A.L. Craig, Vittorio Bonicelli, Sergei Bondarchuk.
Música: Nino Rota
Fotografía: Armando Nannuzzi

 

Sinopsis:
Famosa producción de Dino de Laurentiis sobre las guerras napoleónicas. Cuenta con un extenso reparto de primeras figuras de la época, miles de extras del ejército soviético. Fue dirigida por Sergei Bondarchuk, que dos años antes había conseguido el Oscar a la mejor película extranjera para la Unión Soviética con “Guerra y Paz”, una adaptación de la novela homónima de Tolstói.

 

Jueves 25

 

 

“Orgullo y pasión” (1957), Stanley Kramer.
Dirección: Stanley Kramer
Guion: Edna Anhalt, Edward Anhalt. Novela: C.S. Forester
Música: George Antheil
Fotografía: Franz Planer

 

 

Sinopsis
Guerra de la Independencia (1808-1814). En 1810, durante la invasión de España por las tropas napoleónicas, un grupo de guerrilleros, con la colaboración de sus aliados ingleses, intenta evitar que un cañón de gran calibre caiga en manos de los franceses.

 

VIERNES 26


Exposición “Miniaturas. Soldaditos de plomo y batallas napoleónicas”. Colección de Salvador López Rute
Museo Municipal de Íllora / Inauguración: 19.30 h. / Clausura: viernes 17 mayo
Horarios: mañanas de lunes a domingos, de 11.00 h. a 14.00 h. / tardes de viernes a domingos, de 18.30 h. 20.30 h.

 

 

 

SÁBADO 27
II Jornadas La Pileta. Las recreaciones históricas como recurso de conocimiento, tolerancia y
para el desarrollo local. La ocupación napoleónica. El caso del Alcalde Carbonero de La Peza.
Museo Municipal de Íllora / 10.00 a 14.00 horas

 

 

_09.30h.–09.45h. (15’) – Saludo de bienvenida y presentación de las Jornadas, a cargo de Antonio Salazar
Pérez, Alcalde de Íllora, Álvaro Huertas Santiano, Alcalde de La Peza, Salvador Blázquez Baena, Concejal de
Cultura y Turismo del Ayto. de Íllora, y Alba Casternao Moreno, Presidenta de la Asociación La Pileta.
_09.50h.-10.10h. (20’) – Breve introducción al hecho histórico de la Guerra de la Independencia. El regalo
del Soto de Roma a los ingleses. Interviene: Juan Peña Agea, historiador.
_10.15h.-10.35h. (20’) – Canciones y letrillas de la guerra. Interviene: Javier Tárraga, juglar.
_10.40h-11.10h.- “Vestirse para conocer. Breves apuntes de moda en la España de 1808”. Interviene: Patricia Fernández Lasauca, de Asociación Baluarte.
_11.25h.-12.35. (70’) – La experiencia de la Recreación histórica del Alcalde Carbonero de La Peza.
Intervienen: Laura Cobo, Concejala de Cultura del Ayto. de La Peza, Marielia Balinot (responsable de
vestuario), Alfredo Fernández (Alcalde Carbonero), José Toral (Alguacil/Pregonero) Antonio Solís (Pedro
Antonio de Alarcón) y Fernando Álvarez (Cura). Modera: Rosa Hinojosa Cano (Asociación La Pileta).
https://ayuntamientolapeza.com/fiestas/alcalde-carbonero/
_12.40h.-13.00h. (20’) – Escenificación de la proclama del Alcalde Carbonero y el levantamiento del pueblo
de La Peza, desde el balcón del Ayuntamiento (actual Museo, Plaza).
_13.10h.-14.00h. (60’)- Ruta Turística Napoleónica de Íllora. Visita Guiada.
Barrio Camaretas (lugar de hospedaje de las tropas francesas en Íllora durante su ocupación en 1812), con
romances de la época, a cargo del juglar Javier Tárraga (20’).
-Visita a la antigua ubicación de la Ermita de San Gabriel, construida en el patio de armas del Castillo de
Íllora y posteriormente saqueada por las tropas del General Sebastiani (30’).
_14.05h.-15.25. (80’) – Visita al Mercado Medieval de Íllora, a los pies del Castillo.
_15.30h.- Una receta para la historia: Almuerzo: Pollo Marengo, el plato preferido de Napoleón.
Interesad@s: Reservas al tfno 610 415 440 (La Chaparrilla).

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Organiza: Asociación Cultural y Turística La Pileta
Patrocina: Delegación de Cultura y Educación de Diputación de Granada
Colaboran: Concejalía de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Íllora , Ayuntamiento de La Peza, Asociación Amig@s de Parapandafolk, Asociación Somos La Otra y Asociación Baluarte.

La isla de los ingleses en el corazón de Granada, que cuestionaba Unamuno

La isla de los ingleses en el corazón de Granada, que cuestionaba Unamuno

Gabriel Pozo Felguera firma el mejor y más completo reportaje sobre el Soto de Roma, la propiedad de la nobleza británica que ni reyes ni gobiernos de España se han atrevido a recuperar o expropiar y que el gran Miguel de Unamuno, puede que desconozcas, se atrevió a criticar por suponer una carga para los jornaleros granadinos.

Rehala de sabuesos ingleses, importados de Gran Bretaña, durante una cacería del zorro en el Soto, hacia 1880.

 

  • Toda la realeza británica –excepto Isabel II– ha acudido alguna vez a descansar o cazar en la finca del Duque de Wellington

  • Las Cortes de Cádiz regalaron lo mejor de la Vega de Granada al caudillo inglés en agradecimiento por librar a España de los franceses en 1813

  • Ningún rey ni gobierno español se ha atrevido a recuperarla o expropiarla, basándose en probables indicios de donación ilegal

La mayor parte de la realeza y aristocracia británica –a excepción de la reina Isabel II– han pasado por su isla granadina en alguna ocasión. Incluido el centenario Duque de Edimburgo, enterrado ayer. Esa isla inglesa es el Soto de Roma, propiedad del Duque de Wellington desde que le fue regalada por las Cortes de Cádiz en 1813. Son ya algo más de dos siglos en manos inglesas, que han hecho y deshecho a su gusto, al margen de leyes y costumbres españolas. Una donación que fue política, polémica y cuestionada en muchas ocasiones. Llena de litigios en otras. Pero también un modelo avanzado de explotación agrícola con infinidad de trabajadores más que contentos con el “amo” inglés. Hace ahora un siglo que hasta Miguel de Unamuno se entretuvo en cuestionar una deuda perpetua para los agricultores de la vega, verdaderos afectados por una equivocada decisión política. Como en Gibraltar, España amaga con dar pero no da a la hora de recuperarla.

La primera vez que visité la verja de entrada principal a la Torre del Soto de Roma fue allá por la primavera de 1983. Desde entonces he ido en alguna que otra ocasión, casi siempre por el mismo motivo. En aquella lejana fecha fui a intentar conseguir una exclusiva periodística de primera magnitud, nada menos que la visita de la Reina de Inglaterra. Una garganta profunda del Gobierno Civil había dado el chivatazo al director del periódico donde yo era por entonces un reportero dicharachero. Melchor Sáiz-Pardo me pidió que fuese sigiloso, ya que la pareja de la Guardia Civil haría la vista gorda para que me acercara. Pero yo no contaba con la presencia de dos docenas de guardas escopeteros, los encargados de vigilar los contornos de la finca.

La simpática señora tenía la costumbre de venir por el Soto de vez en cuando, donde entre el VIII Duque y ella daban buena cuenta de unos chupitos de ginebra.

Poco conseguí de aquella supuesta gran exclusiva periodística. La Reina llegó, casi ni paró su coche. Saludó con la mano a los allí congregados y se perdió camino de la Torre. El único inconveniente es que no era la Reina Isabel II, sino la Reina Madre de Inglaterra. La simpática señora tenía la costumbre de venir por el Soto de vez en cuando, donde entre el VIII Duque y ella daban buena cuenta de unos chupitos de ginebra y hablaban de los casi doscientos años que sumaban entre los dos.

 

La Reina Madre de Inglaterra y el VIII Duque de Wellington, en mayo de 1992, durante una visita a Granada. EFE.

 

La Reina Madre fue el único miembro de la familia real británica que he visto por allí (años después la volví a ver en la Alhambra, con su amigo centenario). Mis fuentes de información y los contactos que hice desde entonces me aseguran la presencia continuada de todos los miembros de la realeza británica actuales, más o menos de incógnito. Por allí pasaba el Duque de Edimburgo en los albores del franquismo; tras morir Franco, no se tiene noticia de que haya regresado. Allí trajo el Príncipe Carlos a Lady Di; unos cuantos años más tarde, regresó con su actual esposa, Camila Parker. También la primogénita Ana y el invisible Andrés. Y con ellos una cohorte de lores y personalidades ingleses.

Es más, hasta nuestro rey Juan Carlos I se ha dado más de un paseo por allí. Imitó las cacerías de su abuelo Alfonso a principios del XX. Y Carolina de Mónaco, e infinidad de reyes destronados de casas reales y principados europeos. Así durante los dos últimos siglos. Porque el Soto de Roma fue convertido por los administradores del Duque de Wellington en una isla protegida en la que pasar desapercibidos. El Soto de Roma ha sido inaccesible para los paparazis. Como lo ha sido siempre para los vecinos de la veintena de pueblos y cortijadas que lo circundan; hasta hace medio siglo, todo furtivo se arriesgaba a recibir un tiro de postas; cualquier recolector de espárragos o de musgo podía recibir una perdigonada de sal gorda en las nalgas.

Era evidente que los guardas tenían la orden de alejar de allí a curiosos y no espantar la caza que cuidaban con todo mimo para amazonas y jinetes ingleses. Desde los albores de la presencia de los ingleses, el Soto de Roma se convirtió en una sucursal de las cacerías de zorros, al más puro estilo de la campiña de Bristol. Las antiguas rehalas de mastines y podencos granadinos para desemboscar marranos, corzos, muflones y ciervos, fueron sustituidas por grupos de sabuesos y grifones ingleses, importados directamente desde Gran Bretaña. El Soto siempre tuvo este tipo de animales preparados para las grandes cacerías al estilo británico. Varios viajeros ingleses de la época romántica dejaron referencias escritas sobre esta actividad trasplantada a dos mil kilómetros al sur de Londres.

 

El Príncipe de Gales y Camila, de visita en la Alhambra, durante su viaje al Soto en 2001.

 

No obstante lo escrito, la inmensa mayoría de personas que trabajan en cualquiera de los empleos del Duque se consideran muy afortunadas en los últimos años. En Alomartes y Fuentevaqueros una de las mayores aspiraciones ha consistido en conseguir entrar a prestar servicios a los ingleses. Una heredera del actual Duque incluso eligió la iglesia de Íllora para contraer matrimonio; las relaciones actuales entre extranjeros y autóctonos son cordiales. Aunque históricamente, la relación entre el caudillo de Waterloo, sus administradores y los colonos y obreros no ha sido tan fluida.

De cazadero real a tierra de colonos

El Soto de Roma fue hasta finales del siglo XV una gran finca forestal y de caza propiedad de la casa real nazarita. Se trataba de una extensa finca situada entre las márgenes derechas de los ríos Cubillas y Genil, extendiéndose en suave pendiente hacia las sierras Pelada y de Parapanda. En su demarcación crecían encinas centenarias, pinares y arbolado de ribera; el lugar solía tener una zona pantanosa y encharcada casi permanentemente. En sus laderas existen varias surgencias que aportan agua al Genil. El aprovechamiento agrícola se hacía, en época nazarí y tiempos moriscos, en régimen de minifundio, que no sobrepasaba ni el 25% de su superficie total. La veintena de poblaciones y cortijadas que la circundaban solían explotarlas en régimen de pastos comunales y saca de maderas bajo permiso y supervisión del patrimonio real.

La monarquía española le confirió carácter de Real Sitio, gobernado conjuntamente con la Alhambra, el Generalife, la Alcaicería y el castillejo de Puerta Elvira. No obstante, la enorme finca real contó muy pronto con una estructura administrativa y judicial propia.

Con la llegada de los Reyes Católicos no cambió mucho la relación de la población con los propietarios reales del Soto. La monarquía española le confirió carácter de Real Sitio, gobernado conjuntamente con la Alhambra, el Generalife, la Alcaicería y el castillejo de Puerta Elvira. No obstante, la enorme finca real contó muy pronto con una estructura administrativa y judicial propia. Se empezaron a incrementar las desecaciones de zonas pantanosas, la roturación de tierras baldías, la construcción de canales y acequias, puentes sobre los ríos, molinos de pan, etc. Pero, aun así, el Soto y su casa real continuaban siendo el mejor coto de caza para la realeza y aristocracia granadinas.

Allí acudía a cazar el emperador Carlos V durante su estancia de seis meses en el año 1526, recién casado con Isabel de Portugal. El lugar está situado apenas tres leguas de la Alhambra. Durante aquellas cacerías del Emperador alguien se dio cuenta de la riqueza maderera que tenían sus bosques; y comenzó la primera deforestación de las encinas centenarias: durante muchos años del reinado de Carlos V estuvo funcionando en el Soto una fábrica de cureñas para soportar los cañones de fortalezas y navíos. Dicen que la dureza de sus maderas aguantaba como ninguna otra las estampidas de sus explosiones. También fue sacada del Soto toda la madera empleada en la construcción del Palacio de Carlos V y reparaciones en la Alhambra (Este hecho se iba a repetir en 1800 para construir la plaza de toros de madera en el patio de los Aljibes y entre 1810-12, cuando los franceses sacaron vigas para fortalecer las defensas de la Alhambra).

Por aquella época se habla de toda clase de animales salvajes poblando sus espesuras, hasta perderse en los altos de Parapanda. La presencia del oso está atestiguada en el Soto de Roma durante todo el siglo XVI.

La segunda gran deforestación de árboles centenarios ocurrió durante el reinado de Carlos II, último Austria, entre los años 1679-81. La epidemia de peste bubónica asoló esos pueblos, mató a mucha gente y empobreció a particulares y a los ayuntamientos. El concejo de Íllora solicitó al rey talar buena parte de la madera, en torno a 30.000 pies, para pagar deudas y poder socorrer a vecinos hambrientos. Parece que no fueron talados tantos, pero sí buena parte.

 

Plano fiscal del Soto, 1752, donde se detallan los pagos, caminos, cortijos, ríos. Tenía una superficie de 27.767 marjales (1.446 has.) AGS.

 

Felipe V estuvo en Granada entre el 23 de marzo y 5 de junio, procedente de Sevilla. Arrastró a toda su corte. Pero pronto se hartó de vivir en la Alhambra y decidió trasladarse al palacio del Soto a dedicarse a cazar faisanes.

La siguiente visita de un rey a esta posesión tuvo lugar en la primavera de 1730. Felipe V estuvo en Granada entre el 23 de marzo y 5 de junio, procedente de Sevilla. Arrastró a toda su corte. Pero pronto se hartó de vivir en la Alhambra y decidió trasladarse al palacio del Soto a dedicarse a cazar faisanes. Precisamente durante el segundo mandato de Felipe V, en 1743, fue nombrado Sancho Inclán como administrador; fue uno de los preilustrados que se dio cuenta de que había que comenzar a poner en producción las zonas pantanosas y repoblar con 60.000 moreras y 15.330 álamos; la gente del lugar ya estaba emigrando a América. Se trató de convertir el Soto en una finca productiva moderna. A esto le seguiría el proyecto de acequia de Albolote, con aguas del Cubillas. De tal manera, que cuando se redactó el Catastro del Marqués de la Ensenada (otro que lo visitó durante su destierro en Granada), el Soto era descrito como una moderna explotación agraria: era una propiedad de la Corona, que la arrendaba a colonos; tenía 27.767 marjales (1.446 hectáreas; medía legua y media de Este a Oeste y tres cuartos de legua de Norte a Sur (unos 7X3,5 kms.); de toda la superficie, había en regadío 6.980 marjales. Once cortijos, molino de harina y Casa Real. Tenía una docena de empleados en su administración, varios centenares de familias como colonos, casi todos los pueblos tenían derechos de pastos y aprovechamientos como dehesa del común. Y en la capital y dos pueblos cercanos había casi una veintena de conventos que recibían parte de sus rentas.

Richard Wall el ilustrado y el Príncipe de la Paz

La importancia que le daba la monarquía española a este real sitio en tierras de Granada queda de manifiesto al anotar cómo un primer ministro de Carlos III y el valido de Carlos IV, Manuel Godoy, estuvieron entre los siguientes poseedores del Soto a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En 1765 se retiró al Soto de Roma a encargarse de su administración y de la Alhambra, donde acometió algunas reparaciones. El sitio fue un regalo real, con la condición de que revertiera a la corona cuando muriese sin descendencia. Tal como ocurrió después. Como hombre ilustrado, se ocupó de mejorar la explotación agrícola y forestal de la finca, así como de la reforma de la Casa Real.

Richard Wall y Devreux (1694-1777) fue un francés que desarrolló la mayor parte de su carrera militar y política en España. Ocupó ministerios y la jefatura del gobierno con varios monarcas. En 1765 se retiró al Soto de Roma a encargarse de su administración y de la Alhambra, donde acometió algunas reparaciones. El sitio fue un regalo real, con la condición de que revertiera a la corona cuando muriese sin descendencia. Tal como ocurrió después. Como hombre ilustrado, se ocupó de mejorar la explotación agrícola y forestal de la finca, así como de la reforma de la Casa Real. Entabló relación con el pintor local Fernando Marín Chaves (1737-1818); a sus encargos se debe la existencia de varios cuadros repartidos por iglesias de la Vega (Virgen de los Dolores de la Iglesia de Alomartes), por el Palacio Real de Madrid y algunas colecciones particulares. Se sabe por la visita del Conde de Maulo, en 1798, que el Soto de Roma tenía al menos cuatro cuadros de este pintor barroco de la escuela granadina. Uno de ellos era un paisaje de la zona tras una inundación; otro es un retrato del propio Wall en el que aparece como fondo el paisaje del Soto de Roma y la sierra Parapanda. Hubo un tercero con una escena de San Pedro dando limosna.

Richard Wall falleció en el Soto de Roma en 1777 y fue enterrado en sus tierras.

 

Richard Wall, con el Soto de fondo, retratado por Fernando Marín Chaves, entre 1765 y 1777. MUSEO NAVAL.

 

Copia del óleo de Francisco Javier Ramos y Albertos, encargado por Carlos III para el Soto de Roma, que acabó en el Palacio Real de Madrid. Se titulaba “San Pedro curando al paralítico a las puertas del templo”.

 

En el extenso inventario de bienes incautados al valido Manuel Godoy figuran cuatro óleos del Soto de Roma. Fue así porque el todopoderoso primer ministro de Carlos IV fue propietario del Soto de Roma entre 1795 y el 19 de marzo de 1808 en que fue destituido por el Motín de Aranjuez y confiscados todos sus bienes (decreto de 25 de marzo). La caída del Soto en manos de Godoy fue un regalo de Carlos IV como premio por haber conseguido firmar la paz con Francia mediante el tratado de Basilea; un real decreto de 5 de septiembre de 1795 cambió de manos la inmensa finca. Godoy recibió, además, los títulos de Príncipe de la Paz y Señor del Soto de Roma (o de la Torre de Roma). A cambio, Godoy cedió a Carlos IV unas posesiones que tenía en Aranjuez.

 

Godoy, pintado por Goya en 1801, cuando era propietario del Soto de Roma. ACADEMIA SAN FERNANDO.

 

Las intrigas del momento hicieron que Godoy sufriera un bache (28 de marzo de 1798) y fuese sustituido por Saavedra y Jovellanos en las preferencias reales. Tardó algo más de un año en regresar a la privanza real, momentos que aprovechó para viajar al Soto de Roma y dar un impulso a obras en su nueva finca. De 1799 es el proyecto de construcción del acueducto que aporta agua al ya preexistente Molino del Rey, amén de sanear el cauce del Genil. En sus Memorias, Godoy recuerda que dedicaba más de 6.000 marjales a sembrar lino para la fábrica de lonas de barcos del Albayzín. El Príncipe de la Paz también se hizo en Granada capital con algunas propiedades durante el breve tiempo que estuvo en estas tierras: adquirió una casa en la calle Buensuceso, cuatro casas pequeñas en diversos barrios, dos tiendas, un horno de pan y unos terrenos en Huétor Santillán.

 

Acueducto del Molino del Rey, ordenado construir por Godoy. EXCLUSIVE GRANADA

 

Las cuentas del Soto de Roma cuando Godoy fue desposeído de la propiedad real apuntan a que aportaba a su peculio alrededor de un millón de reales al año. La medición que se efectuó de los terrenos coincidía prácticamente con la realizada medio siglo antes con motivo del Catastro de la Ensenada: 27.767 marjales.

Durante el mandato de José I Bonaparte, el Soto de Roma volvió a pasar a patrimonio real. Allí permaneció en situación de semiabandono y deforestada por el general Sebastiani, hasta septiembre de 1812 en que los franceses abandonaron Granada.

Regalo de las Cortes de Cádiz

Las Cortes de Cádiz y su regente quedaron como único reducto político contra la invasión napoleónica de 1808 a 1813. Se echaron en manos de las tropas inglesas y partidas españolas para luchar contra los gabachos. Surgió la figura del general inglés Arthur Wellesley como capitán general de todas las tropas antinapoleonicas. Su poder y su fama se acrecentaron tanto entre 1811 y 1813, que la España libre la aclamaba. Recibió honores, distinciones, regalos y propiedades allá por donde pasaba. El título de Duque de Ciudad Rodrigo, una espada de oro de la ciudad de Vitoria, caballos, cuadros, etc. Pero sin duda el mayor y más valioso regalo de todos fue la propiedad del Real Sitio del Soto de Roma. Así lo debatieron y decidieron las Cortes de Cádiz en el mes de julio de 1813.

La idea había surgido de la mente del diputado granadino Domingo Dueñas y Castro (Huéscar, ?- Baza, 1821). La recogió el jefe de filas Agustín Argüelles y salió adelante por unanimidad. El 22 de julio de 1813 era publicada la donación en el boletín de las Cortes, en un texto corto e inconcreto. Aquella parquedad de la donación fue el origen de dos siglos de dudas jurídicas.

 

Página del boletín de las Cortes de Cádiz por la que se donó el Soto de Roma y las Chancinas (Chauchina) al general Arthur Wellington. ARCHIVO CONGRESO DIPUTADOS

 

El general Welington aceptó gustoso la donación y así lo comunicó a las Cortes en carta al ministro de Guerra de fecha 8 de octubre de 1813: “Es la mayor gracia que he podido recibir del Congreso, porque me une de un modo singular a los españoles”.

En el Catastro de Granada, contaduría de hipotecas de 1814 (AHPGR), figura una inscripción muy similar al decreto de las Cortes, que no es demasiado explícito: “Terreno en la vega de esta ciudad con la denominación del Soto de Roma inclusas las Chauchinas y la Dehesa llamada de Yllora, para que lo posea en la misma forma que lo ha poseído la Hacienda Nacional con arreglo a la Constitución y a las Leyes para sí sus hijos y herederos y sucesores en remuneración parcial de los distinguidos servicios que ha hecho a favor de la libertad e independencia de la misma Nación”.

Wellington, que por entonces todavía no era duque, envió rápidamente a un subordinado suyo a tomar posesión de las tierras en la Vega de Granada. Incluso antes de su aceptación (el 29 de septiembre de 1813) ya había nombrado administrador a su brigadier José O´Lawlor. Éste se desplazó rápidamente al Soto y amojonó las tierras para su nuevo amo. Tomó para sí las tierras que le dijeron habían sido propiedad de Godoy, tanto la Dehesa Baja de Íllora, como la Dehesa Alta de Íllora (separada del Soto) y todas aquellas hazas que le dijo un atemorizado administrador. Los ayuntamientos de los alrededores, también obnubilados por la personalidad de Wellington, no abrieron la boca ante la avaricia del brigadier. Bien sabían algunos que el inglés se estaba apropiando de terrenos que no eran exactamente de realengo y, sobre todo, se temían que los usos seculares del común iban a sufrir en el futuro.

La primera cuestión que suscitó aquella donación de las Cortes de Cádiz fue su presunta ilegalidad. Para empezar, los diputados donaron una propiedad que era inalienable por pertenecer al patrimonio nacional. Así lo estipulaban varios artículos de la Novísima Recopilación (1805) que estaban vigentes por entonces. Concretamente, el libro III sobre los reyes, casa real y su corte,  expresaba claramente… “no valgan mercedes y donaciones de pinos, galeras y otras cosas de las atarazanas reales, ni las hechas al Rey señor y otros extranjeros por el Rey, por donatarios y jurisdicciones de lugares, castillos, tierras y heredades de estos reinos”  (…) “todas las ciudades, villas y lugares del Rey, fortalezas, términos y jurisdicciones sean de naturaleza e imprescriptibles y permanezcan siempre en la Corona sin que pudieran los reyes enajenar el todo o parte”.

En cuanto Fernando VII regresó al trono, a principios de 1814, lo primero que hizo fue anular todos los acuerdos de las Cortes de Cádiz, incluida la Constitución de 1812. Eso incluía la concesión del Ducado de Ciudad Rodrigo y, más importante, la donación del Soto de Roma. ¿Pero por qué no fue recuperado el Real Sitio para la Corona? De siempre ha sostenido el Ducado de Wellington que Fernando VII hizo una excepción con el Soto de Roma; supuestamente, tienen una carta firmada por Fernando VII nada más entrar por Gerona en la que confirmó la donación del Soto. Pero esa carta jamás ha sido mostrada.

Lo más probable es que Fernando VII tuviese miedo de enfrentarse al inmenso poder de Inglaterra y del general Wellington. No olvidemos que un año después, este mismo caudillo inglés acabó con el imperio de Napoleón en Waterloo.

Pero Fernando VII, tímidamente, inició un pleito judicial en la Real Chancillería de Granada para discutir la legalidad de aquella donación. No debió atreverse a adoptar una medida política contra Wellington, dejó el asunto en manos de los jueces. Wellington, para complicar la situación, llegó a ser primer ministro de Gran Bretaña en 1828. Por entonces era el hombre más poderoso de Europa. ¿Habría sido capaz de invadir España para recuperar su Soto?

El pleito continuó su tramitación en la Real Chancillería de Granada hasta después de fallecido Fernando VII. En 1836 dieron la razón al Duque; le confirmaron la propiedad en la flamante Audiencia Territorial, en 1839. Así fue como quedó sentado para el futuro el derecho de posesión del Soto de Roma para la saga inglesa de los Wellington. A toro pasado se descubrió que buena parte de los jueces de la Audiencia también trabajaban a sueldo del Duque de Wellington en otros pleitos y asesorías.

Durante los dos siglos siguientes, algunos políticos españoles han intentado buscarle las cosquillas y recuperar la propiedad para el patrimonio nacional. Pero han sido sólo eso, cosquillas.

El primer administrador español no llegaría hasta 1945 (Agustín Viñas); y ya a partir de 1971 empezaron a ser españoles.

Los Wellington del siglo XIX visitaban muy espaciadamente el Soto de Roma. Cuando lo hacían, venían en barco hasta el puerto de Gibraltar y desde allí en carroza hasta Granada. A partir de 1873, cuando el ferrocarril llegó hasta estas tierras, la realeza y la aristocracia inglesa aumentó su presencia. Para 1880 la finca ya había sufrido cambios espectaculares: habían sido puestas en olivar y viñedos grandes extensiones de terrenos; se incrementaron los regadíos; fue construida una pantaneta e instalado el primer ariete hidráulico de agua de la provincia (1879); la mecanización llegó a la Vega de manos inglesas, etc. Pero los administradores ingleses tenían el concepto de que era una explotación medieval, con unas 1.350 familias de colonos a su servicio (unas 10.000 almas), que pagaban religiosamente en especie. Pero contentos, al fin y al cabo. Todos los administradores de la Casa Wellington fueron ingleses, y residentes en su mayoría en Madrid. Delegaban en otros mayordomos, manijeros, capataces y guardas el cuidado y el látigo. El primer administrador español no llegaría hasta 1945 (Agustín Viñas); y ya a partir de 1971 empezaron a ser españoles.

Desde Londres, el Duque de Wellington debía ver muy lejana aquella propiedad de España. Recibía las pingües rentas anuales y confiaba en sus administradores. La mayoría solían ser generales o almirantes retirados. Alguno de ellos les salió rana. Fue el caso del que tenían en 1848; fue encausado por la justicia granadina bajo la acusación de malversación de fondos e impago de impuestos. El tema salió en prensa, apuntando al Duque. Rápidamente, el nuevo administrador, Roberto Grindlay, tuvo que correr para rectificar la conducta de su antecesor y pedir disculpas porque el Duque de Wellington, ex primer ministro británico, no tenía conocimiento de los abusos de su subordinado en España.

 

La Torre de los Ingleses, según dibujo del administrador Horace Hammick (1858).

 

La Torre en la actualidad.

 

Por aquel año 1848 y su consiguiente revolución de militares liberales (Espartero) fue cuando empezaron a tantear la posibilidad de expropiar la finca al lord inglés. Pero el fracaso revolucionario y la imposición del Espadón de Loja (General Narváez) dejaron las cosas como estaban.

Fueron años en que también los descendientes de Manuel Godoy comenzaron a pleitear contra la Hacienda pública para que les devolviesen las propiedades incautadas en 1808. Por sentencias judiciales y por decretos de Isabel II de 1844 y 1847 se reconocía que la incautación había sido ilegal al no mediar un proceso judicial y sentencia firme contra él. Había que devolvérselas, y entre sus fincas se encontraba también el Soto de Roma, del que fue propietario legal entre 1795 y 1808.

 Recorte de prensa de 1844 en el que se fijaba en 100 millones el valor de lo que había de devolverse a Godoy. Estaba incluida la devolución del Soto de Roma.

 

La propiedad del Soto no volvería a ser cuestionada ni molestada hasta veinte años más tarde, durante la revolución Gloriosa y la expulsión de la casa Borbón de España. En 1873 fue declarada la I República española y, en Granada, el Cantón Independiente Granadino. Los revolucionarios granadinos, llamados de las alpargatas, se dirigieron en varias ocasiones a hacerse cargo del Soto de Roma. Un verdadero ejército de guardas armados defendió a tiros la finca, incluidos algunos mercenarios contratados por el administrador inglés. Aquello debió parecerse mucho al ejército de Pancho Villa en estampida.

Quien sí se tomó más en serio la posibilidad de expropiar el Soto de Roma fue Emilio Castelar, durante su corto periodo como presidente de la I República. Declaró la nacionalización de todos los bienes que habían sido propiedad de Manuel Godoy, pero cuando se topó con el Duque de Wellington y su propiedad española del Soto de Roma debieron temblarle las piernas.

 

Coche de caballos faetón de los Wellington para acceder a la estación de ferrocarril y recorrer sus tierras. Hacia 1915. El primer coche de motor llegó al Soto en 1922, matrícula GR-195. ILLORA, IMAGEN Y MEMORIA

 

A partir de la restauración de Alfonso XII, en 1875, empezó la etapa dorada de la finca española del Ducado de Wellington. Un periodo de tranquilidad en que los poderes públicos y la Guardia Civil se encargaron de que nadie cuestionase ni se fijase en la isla de los ingleses. Fueron los años en que, a lo sumo, la prensa resaltaba las visitas de grandes títulos nobiliarios, las cacerías y los festejos. El Duque incluso construyó una conexión de ferrocarril para transportar a sus trabajadores/colonos a fiestas en Granada. Fueron tiempos de mucha caza del zorro, en la que participaba lo más granado de la Grandeza nobiliaria española. Por aquellos años, también el Duque de San Pedro de Galatino quiso emular a Wellington y adquirió la localidad de Láchar y una porción anexa al Soto, donde también construyó su ferrocarril y se hizo señor neomedieval. Los Wellington debían necesitar cada vez más recursos para mantener su elevadísimo nivel de vida en Londres; esa debió ser la causa de que se deshicieran de algunas parcelas en los bordes de la inmensa finca. Uno de los compradores a finales del siglo XIX fue el padre de Federico García Lorca; éste adquirió tierras en Daimuz alto, que roturó y puso en regadío y al final fue el origen de la fortuna familiar.

El Soto de Roma ya no tenía los 27.767 marjales iniciales. Ni siquiera más con las apropiaciones subrepticias del primer brigadier-administrador. El siglo XX lo comenzó con aproximadamente una cuarta parte menos de superficie; aun así, se trata de una de las fincas más extensas de la Vega, y de las más productivas.

En España pasó por entonces casi desapercibida la operación que hicieron los belgas con una situación parecida a la del Soto de Roma. En Bélgica habían seguido el ejemplo de las Cortes de Cádiz y donaron a Arthur Wellington unos terrenos cerca de Waterloo, donde tuvo lugar la batalla. Se la dieron para sí y sus descendientes.

 

otilla publicada por el periódico republicano El Día, en febrero de 1883, sobre el caso similar de Bélgica.

 

Noticia de 1890, cuando todavía los belgas continuaban preguntando el porqué de pagar 80.598 francos al Duque de Wellington.

 

Pero los astutos belgas se basaron en 1883 en que la descendencia directa del Ducado de Wellington se había extinguido al fallecer el II Duque sin hijos; le sucedió en el título su sobrino Henry. Por tanto, ellos habían donado la finca para él y sus descendientes; no para una línea paralela. Por tanto, empezaron a presionar para que devolviese la finca, valorada en 8 millones de francos por entonces. A cambio, le darían una pensión durante unos cuantos años. Con esta fórmula finiquitaron el asunto antes de que acabara el siglo XIX.

Época de revoluciones en Granada

Las cuatro décadas de tranquilidad, tedio y cambalaches políticos durante la Restauración se tornaron la antesala de las revoluciones a partir de la gran huelga de febrero de 1919, que estalló en Granada y contagió a toda España. Ya para 1918, el Ducado de Wellington debió tantear la posibilidad de vender el Soto de Roma en grandes parcelas. Y le estorbaban los 1.367 colonos que tenía trabajando sus parcelas. La costumbre ancestral consistía en que cada uno pagaba al inglés en especie. De este modo, el absentista percibía miles de fanegas de trigo, cebada, aceituna, vino, etc. Para 1918 se disparó el precio del trigo y el administrador decidió modificar unilateralmente el sistema de pago, cambiándolo por dinero. Para ello trajo a Granada al abogado Eduardo Dato (quien después fue presidente del Gobierno y murió asesinado). En el fondo subyacía un intento de deshacerse de la relación contractual de los colonos, con derecho de cultivo y sucesión sobre sus tierras, para poder venderlas.

 

 

Creció tanto el malestar que en 1920 se organizaron movilizaciones de colonos. El asunto fue apoyado por políticos liberales, especialmente por José Morote y Creus, que era especialista en temas agrarios. Este hombre, natural de Huéscar, fue diputado por Granada entre 1910 y 1920 (después lo fue por Cádiz en 1923). Era liberal y estuvo profundamente enfrentado al caciquismo de los lachiquistas. José Morote tomó la causa de los colonos del Soto como bandera; organizó movilizaciones, con una magna huelga y mitin en la plaza de toros; llevó el tema a Madrid, con una sonada conferencia en el Ateneo; publicó en prensa; escribió un libro en el que cuestionaba incluso la legalidad de la donación de las Cortes de Cádiz, etc, etc.

Contagió en su lucha al famoso periodista granadino-madrileño Fabián Vidal (Enrique Fajardo Fernández), quien sostuvo una campaña en su periódico La Voz bajo el título “Lo legal y lo justo”. Evidentemente, se mostraban en contra del Duque de Wellington: denunciaba que enviaba 80.000 duros anuales a Londres, limpios de polvo y paja, mientras tenía a 1.367 familias de colonos viviendo en condiciones de vasallaje como en la edad media.

El contagio de lo que ocurría en el Soto de Roma se extendió a todos los medios de comunicación de España. Explicaron lo que entendían como abusos de un sistema de explotación medieval. El más insigne intelectual que se mojó en el asunto fue Miguel de Unamuno; escribió un demoledor artículo en El Liberal en el que cuestionaba la propiedad de la naturaleza y de los medios de producción; incluso, de soslayo, cuestionó la propiedad de la nieve de Sierra Nevada y la pensión de Moctezuma que recibían por los granadinos Condes de Miaravalle. Estaba totalmente en contra de las deudas perpetuas, y menos aún de que los colonos del Soto de Roma tuviesen que pagar eternamente las deudas de las batallas de Arapiles y Vitoria. De paso, aprovechó para recordar que el entonces presidente del Gobierno había estado en nómina del Ducado de Welllington. Eduardo Dato fue asesinado al año siguiente.

 

Publicado por Unamuno en El Liberal, 21 de noviembre de 1920.

 

En 1922, tras tanta presión de José Morote, el Ducado de Wellington desistió de sus intenciones y accedió negociar una nueva solución. Wellington firmó para que los colonos que lo desearan fuesen los primeros en adquirir las tierras que sus antepasados venían desbrozando, desecando, ganando al pantano y labrando desde siglos atrás; se las pagarían durante los próximos 20 años. Otros colonos decidieron vender sus derechos a los ingleses. La paz llegó al Soto, si bien todavía en 1922 volvió a darse una nueva huelga general en desacuerdo por determinados incumplimientos y abusos.

 

El IV Duque de Wellington y su esposa en visita a su finca, en 1927, rodeados por jóvenes de Fuentevaqueros. MUNDO GRÁFICO

 

La penúltima bajada de pantalones del Estado español relacionada con la recuperación del Soto de Roma tuvo lugar durante la II República. El Ayuntamiento de Fuente Vaqueros aprobó una moción muy clara exigiendo al Gobierno que acometiese la expropiación del Soto de Roma en el proyecto del Instituto de Reforma Agraria. Debería repartirla entre los colonos que llevaban tres siglos encadenados a esas tierras, las habían roturado y se habían dejado el sudor y la vida en ellas. Enviaron la propuesta al gobierno.

Pero al ministro Marcelino Domingo, impulsor de la reforma agraria de 1932, debió entrarle el mismo tembleque que al presidente Castelar en 1873. Metió la propuesta del Ayuntamiento de Fuente Vaqueros en un cajón y exceptuó al Soto de Roma del listado de las fincas a expropiar. El temor a un conflicto diplomático con la poderosa Inglaterra pesó más que la impartición de justicia a miles de colonos de la Vega de Granada.

Para finalizar, la época superdorada de la isla inglesa en el corazón de Granada se ha vivido desde 1940 hasta la actualidad. La tranquilidad ha sido absoluta; la finca es un modelo de explotación agrícola que da empleo a centenares de personas. Por supuesto, ha acogido y sigue acogiendo visitas de la realeza mundial. El actual Duque de Wellington nada tiene que ver con la rancia nobleza británica de años atrás. Los medios de locomoción permiten que sus propietarios estén presentes en un instante. Las relaciones del IX Duque y su saga son muy cordiales con los pueblos vecinos.

 

asdadfafJornaleros de la Vega intentan tomar la finca de Duque de Wellington en el año 1983. JUAN FERRERAS.

 

Las únicas anécdotas recientes tuvieron lugar en la década de 1980-90, cuando algunos jornaleros se presentaron a las puertas de la finca pretendiendo ocuparla y vivir de ella. Iban espoleados por sindicatos agrarios, agitadores sociales a sueldo y amparados por la entelequia de reforma agraria de Andalucía surgida en la mente del consejero Manuel Manaute. Fue famosa la respuesta de un presunto ocupante, tartera, termo y sombrilla en mano, quien al ser preguntado cómo iba a poner en explotación la finca, respondió: “Es un fastidio que no me den mi parte, ya que tenía apalabrada su venta”.

El último intento por cuestionar la donación del Soto, o al menos en parte, surgió en 2010 por el entonces alcalde de Íllora, Francisco Domene (PSOE). Hace ahora justo diez años encargó a un despacho de abogados la investigación y tramitación de una demanda para intentar recuperar la Dehesa Baja de Íllora. Esgrimía argumentos históricos de peso, sobre todo basados en la ausencia de documentación y apeos concretos de la finca donada en 1813. Me constan muchas visitas de estos abogados a los archivos históricos del Catastro. No tengo constancia de que la demanda haya cuajado en los tribunales.

Consideración final. Ahora que el IX Duque de Wellington, Arthur Charles Valerian Wellesley, tiene tan buena relación con Íllora, donde incluso casó a su hija Lady Charlotte recientemente, no estaría de más que informara o abriera sus archivos históricos para que podamos conocer los restos arqueológicos que han ido apareciendo en la finca durante los dos últimos siglos.

La zona estuvo profundamente romanizada entre los siglos I A.C. y VI DC. Se tiene constancia de continuas apariciones entre los siglos XVI y XVIII, a las que no se dieron valor ni importancia. La Comisión Provincial de Monumentos se quejó muchas veces en la segunda mitad del XIX de la opacidad que mantuvieron los administradores en cuanto aparecían restos arqueológicos. Nunca permitieron la práctica de excavaciones, más allá de poder acceder al estudio de la torre musulmana de Roma.

Se sabe qua hacia 1870 apareció en terrenos del Soto un sarcófago romano de plomo. En la finca hay un pedestal romano de siglos II-III, aparecido en 1883, que tiene la siguiente inscripción: “Consagrado a los dioses manes Cayo Emilio Cantabrinde, natural de Sexi, de 62 años de edad, cariñoso con los suyos, aquí está enterrado. Sea para ti la tierra ligera”. En el Museo Arqueológico de Granada hay un capitel visigótico que apareció cerca del pago de Daragoleja. El padre de García Lorca halló tégulas y enterramientos romanos en sus tierras de Daimuz cuando las estaba poniendo en labor.

 

Autor: Gabriel Pozo Felguera

Fuente: https://www.elindependientedegranada.es/ciudadania/isla-ingleses-corazon-granada-que-cuestionaba-unamuno

 

Fiesta de la Quema 2023 en Algarrobo

Fiesta de la Quema 2023 en Algarrobo

Algarrobo organiza la fiesta de la Quema durante tres días cada año.

La Fiesta de la Quema de Algarrobo se celebrará del 22 al 24 de septiembre de 2023

La fiesta de la Quema conmemora un hecho histórico: la rebelión de los habitantes contra las tropas napoleónicas.

En esa época, el emperador Napoleón Bonaparte nombró a su hermano José Bonaparte rey de España (y de Nápoles).

 

Esta ocupación a principios de 1800 iba a ser un calvario para las tropas de Napoleón.

 

 

Aquí está el programa de la Fiesta de la Quema 2023:

 

 

 

Fuente: https://www.andaluciamia.com/es/tours/fiesta-de-la-quema-en-algarrobo-conmemora-la-historia-con-napoleon/

 

 

Granada sigue siendo la más bonita de España

… y, a pesar de todo, Granada sigue siendo la más bonita de España

Que Granada es por su belleza reconocida lo sabes. Pero quizás, desconozca que, si no se hubieran destruidos más de 240 monumentos desde la ocupación francesa, podría ser una ciudad de ensueño probablemente la más bella del mundo. Te lo cuenta en este fascinante reportaje, Gabriel Pozo Felguera, el mejor cronista de Granada, en un viaje alucinante al pasado que no te puedes perder, si amas la historia de esta metrópoli única.
 
 Vista de la parte Oeste de Granada hacia 1770, desde el Carmen de Rolando, antes de empezar las destrucciones de los franceses.
 
  • Granada es la ciudad que ha perdido más patrimonio histórico en los últimos siglos -dos terceras partes-; sería una urbe de fábula de haberlo conservado mejor y controlado el urbanismo moderno

  • En los dos últimos siglos, la ciudad ha sufrido profundísimas transformaciones por derribos de los franceses, varias desamortizaciones, exclaustraciones, cubrición del Darro, cala de la Gran Vía, etc.

 

Las guías que Gómez-Moreno y Gallego Burín publicaron de su ciudad son un continuo lamento a la Granada desaparecida. La derribaron por el afán modernizador de tiempos pasados, sin contemplaciones y disfrutando de arramblar con lo vetusto. El XIX fue siglo destructor por excelencia; Granada se llevó la piqueta de oro, seguida de Zaragoza con la plata y Valencia el bronce. Hasta que mediado el siglo XX retornó el gusto por nuestro patrimonio, empezamos a ser conscientes del valor histórico del legado arquitectónico. Pero ya no había remedio; Granada había derribado o vendido dos terceras partes de sus edificios antiguos, de las brillantes épocas nazarita, renacentista y barroca. Había destrozado la plasticidad de paisajes que atrajeron a románticos de medio mundo a dibujarla y pintarla. Granada ha sido de las pocas ciudades que ha destrozado su centro medieval para abrir una gran avenida moderna y ha convertido en cloaca el río que la atraviesa. A pesar de tanto destrozo, las encuestas periódicas de agencias de viajes y los medios turísticos continúan catapultándola a la primera o segunda posición de las ciudades españolas más bellas. El marco de las siete colinas por donde chorrea y trepa su caserío y el fondo de Sierra Nevada ejercen una gran atracción.

 

Cada vez que sueño la existencia futura de una máquina del tiempo y la posibilidad de viajar hacia atrás, me pido conocer la ciudad de Granada en enero de 1810. Elegiría esa fecha porque son unos días antes de que nos invadieran los franceses y comenzaran los destrozos. Imagino una ciudad de ensueño, de fábula, casi irreal, hecha a base de planos superpuestos como los que ahora inventa la Inteligencia artificial. Pero totalmente de real, construida en piedra, barro, madera y paja. Con sus calles cenagosas, sus olores a geranios y sus gallinas picoteando las cajoneras de caballos.

Hace ya más de dos siglos que aquella Granada mítica, encajada como un mecano de piezas ziríes, nazaritas, renacentistas, barrocas y neoclásicas empezó a desaparecer por motivos muy diversos: las destrucciones francesas, las continuas desamortizaciones decimonónicas, la incuria española, las desatinadas reformas interiores, la avaricia de constructores burgueses, la ignorancia de quienes nos gobernaron… (Y nos han seguido gobernando).

¿Qué sería de no haber caído objeto de la piqueta los más de 240 monumentos que hemos perdido en los dos últimos siglos? 

A pesar de todo, resulta que Granada continúa siendo calificada entre las dos primeras ciudades españolas más bellas y atractivas por visitantes y artistas plásticos. ¿Qué sería de no haber caído objeto de la piqueta los más de 240 monumentos que hemos perdido en los dos últimos siglos? Sevilla y Córdoba, de las andaluzas, nos van a la zaga o nos disputan el puesto; pero suele ganar Granada por su especial orografía, llena de miradores frente a las llanuras del bajo Guadalquivir que no permiten contemplar con perspectiva.

Dibujo de William Gell hecho desde el Mirador de San Cristóbal en noviembre de 1808, antes de que los franceses iniciaran sus destrozos. BRITISH MUSEUM

 

Lo que hoy es Granada se parece muy poco, en su conjunto, a cómo sería esa hipotética fecha de 1810 a la que pretendo viajar en cuanto los informáticos de la IA inventen la manera de dar un salto hacia atrás

Dos son los motivos que me han traído a reflexionar, una vez más, sobre la Granada desaparecida: el primero, dos nuevos ránquines recientes de revistas de viajes en los que a Granada se la clasifica en los puestos primero y segundo entre las ciudades españolas más bellas. El segundo, tras la lectura de un libro publicado en 1961 en el que se cuantificaba ya que Granada es la ciudad española que más patrimonio ha destruido desde la primera década del siglo XIX; Granada ha perdido casi dos terceras partes de cómo era hace doscientos años, seguida de Zaragoza, Valencia y Madrid. Es decir, que lo que hoy es Granada se parece muy poco, en su conjunto, a cómo sería esa hipotética fecha de 1810 a la que pretendo viajar en cuanto los informáticos de la IA inventen la manera de dar un salto hacia atrás. Que todo se andará.

Se había confundido la ampliación y crecimiento de la ciudad con las reformas interiores a base de derribar lo que se consideraba viejo antes que antiguo

El primero en dar la voz de alarma sobre lo que se llevaba perdido en Granada fue Manuel Gómez-Morero, allá por la década de 1880-90, tanto en sus artículos en prensa diaria como en sucesivos capítulos en la nueva revista La Alhambra, de Francisco de Paula Valladar. Por aquella época se estaba en plena vorágine devoradora, modernizadora y clarificadora de la trama urbana. El pretexto era mejorar la sanidad, dar empleo y comunicar las futuras estaciones del tren. Se había confundido la ampliación y crecimiento de la ciudad con las reformas interiores a base de derribar lo que se consideraba viejo antes que antiguo. Eso, unido a la era anticlerical y ruina del Estado, se estaban llevando por delante el patrimonio histórico-artístico de los siglos anteriores.

Gómez-Moreno, en dos artículos, titulados Breve reseña de las pérdidas que ha experimentado en sus monumentos y obras de arte en lo que va de siglo, reflejaba la “alegría pintada en el rostro de personas que dirigían o presenciaban la demolición de interesantísimos monumentos… se dispararon cohetes y hubo regocijo y gran contento”. Incluso había alcaldes que derribaban viejos edificios por el sólo placer de “ver desaparecer aquella cosa que, para él y otros que tenían su mismo criterio, afeaban el sitio en que se encontraba”.

Óleo de Samuel Colman, 1862, en el que representa una Granada romántica y un tanto ficticia, tal como la veían los románticos. METROPOLITAN MUSEUM

Iglesias y conventos levantados a base de acumular maravedí a maravedí de donaciones populares o por los impuestos del diezmo eclesiástico. No voy a valorar si con más o menos justicia social. Pero el resultado fue un urbanismo a principios del XIX lleno de contrastes y plasticidad en el que se habían ido solapando sin estridencias las diversas culturas y estilos arquitectónicos de una ciudad formada por capas de aluvión. Hasta entonces, cada pueblo había llegado, reaprovechado lo anterior e incorporado a su nueva moda. Tampoco hay que olvidar que esas culturas que llegaron a Granada recurrieron a destrozar y reutilizar lo anterior; recordemos que las oleadas musulmanas redujeron a cantera de piedra los restos de la Florencia romana que se encontraron en este solar. Y los cristianos levantaron muros con lápidas musulmanas.

La revista La Alhambra, de Paula Valladar, en sus dos etapas desde 1884 hasta 1924, no cesó de denunciar las continuas pérdidas que cada año se iban anotando en el patrimonio monumental granadino. Esa actitud también fue denunciada por la Comisión de Monumentos, impotente ante tanto destrozo; lo único que le quedaba era levantar acta, hacer dibujos y alguna fotografía para la posteridad, y preservar alguna pieza simbólica para el futuro Museo Arqueológico. Cuando no, buscarle un comprador para recolocarla en una nueva construcción. Valladar fue elevando el tono de sus denuncias a medida que fue ganando consciencia de los destrozos, si bien un tanto faltas de fuerza contra los autores. Era entendible aquella actitud en la que, no nos engañemos, el 99,9% por ciento de los ciudadanos aplaudían el derribo de lo viejo para dar la bienvenida a lo nuevo.

Pongo un ejemplo de denuncia de Valladar: En su revista de 31 de mayo de 1911 comentaba el desmontaje de elementos artísticos de casillas árabes y moriscas del Albayzín.

 

Muy pocos, poquísimos, levantaron la voz en Granada cuando en sólo tres años fue abierta la enorme cala de la Gran Vía. Aquella demolición en pleno corazón de la medina afectó a 302 edificios de las parroquias de San Gil, Sagrario, Santiago y San Andrés. Sus destrozos acelerados se llevaron por delante de todo: desde casas sin valor a verdaderos palacios y edificios públicos, sobre todo de época nazarita y renacentista (Palacio de los Infantes, casa de la Inquisición, del Marqués de Falces, de Diego de Siloé, Colegio Eclesiástico, etc). El único de los intelectuales que se atrevió a cuestionar la obra fue Ángel Ganivet. La herida se llevó por delante todo lo que había construido en una franja de 60 metros (20 para calzada y aceras, más 20 a cada lado para los nuevos edificios). Pero, además, quedó completamente desfigurada toda la trama medieval porque se empeñaron en enderezar o ensanchar los callejones que desembocarían perpendicularmente a la Avenida del Azúcar.

Uno de los primeros extranjeros que llegó a Granada como viajero y criticó despiadadamente a la Gran Vía fue el escritor Ciro Bayo Segurola. En su “Lazarillo español” (1911) dedicó unas páginas a Granada en su incipiente guía de viajes. Vio la nueva avenida ya trazada y con bastantes bloques construidos y solares en construcción. No tuvo empacho de decir que en vez de Gran Vía deberían haberla llamado Gran Herejía:

Este libro fue premiado con 2.000 pesetas por el rey Alfonso XIII en el año 1912.

 

El siguiente foráneo en denunciar lo que estaba ocurriendo en el urbanismo de Granada a principios del siglo XX fue el arquitecto Leopoldo Torres Balbás. Llegó a Granada en 1923 para hacerse cargo de la Alhambra en calidad de director-conservador. El monumento no atravesaba su mejor momento, tras varias ruinas por motivos naturales e intervenciones desafortunadas de arquitectos anteriores (que mejor no recordar). Publicó un demoledor informe en la Revista de Arquitectura titulado “Granada, la ciudad que desaparece”. No sólo denunciaba el proyecto de la Gran Vía, también destrucciones del Realejo, Reyes Católicos, Cartuja, etc.

En 1961, cuando Juan Antonio Gaya Nuño hizo su recuento de lo desaparecido en Granada, todavía en esta ciudad no existía demasiada conciencia y normativa protectora del patrimonio histórico-artístico. Hasta bien entrados los años ochenta continuaron siendo derribados edificios que deberían estar catalogados. No digamos el desmontaje casi diario de piezas de casas moriscas y renacentistas del Albayzín y Realejo; el mercado de chamarileros ha estado abierto hasta tiempos bien recientes. Incluso la criticada Gran Vía, cuando empezaba a estar incorporada al paisaje urbano y alabada por su armonía neoclásica y un poco modernista, hubo de sufrir nueve imputaciones de edificios de primera generación. Y hoy mismo sus terrazas continúan siendo sobrecargadas con nuevos pisos de techos de hojalata.

 

Varias páginas de las muchas incluidas en el libro-denuncia de Gaya Nuño sobre los edificios desaparecidos en España; Granada era la que más había perdido en su recuento.

En 1973 fue elaborado el primer recuento actualizado de daños acaecidos en los dos siglos anteriores y hasta esa fecha. Lo hizo María de la Paloma Sánchez Campos como primer trabajo detallado que se hacía en la Universidad de Granada, bajo dirección de Pita Andrade. Consistió en catalogar y fichar todo lo desaparecido en la ciudad. Aquel catálogo recogió 207 monumentos derribados (Desde 1973 en que fue elaborado se le han sumado unos cuantos más). Valoraba esta autora el esplendor que debió tener Granada, junto con Córdoba, del que en la actualidad es imposible hacerse una idea. “De haberse conservado todo lo destruido, nuestra ciudad sería la admiración del mundo”, llega a escribir. 120 monumentos derribados pertenecieron a la etapa musulmana, treinta de ellos procedentes de los siglos XIII a XIV (sin contar las casas moriscas que todavía estaban en fase de expolio); a la etapa renacentista religiosa pertenecieron 18 de los derribados y 28 a la renacentista civil; en el periodo barroco desaparecieron 13 casas religiosas y 16 civiles. Y todavía por 1973, fecha de cierre del fichero, no había acabado la sangría de edificios modernistas de Gran Vía, Gran Capitán 10, barrio Fígares, etc. Es una pena que no llegara a editarlo masivamente y hayan desaparecido las fotografías que aportaba.

Casa modernista de Gran Capitán, demolida en 1973 por “fea”. Es la última registrada por Paloma Sánchez cuando cerró su informe de destrozos.

 

Todos los recuentos anteriores de autores nacionales y locales que se centraron en estudiar y contar los destrozos de Granada han sido actualizados en los últimos años del siglo XX por diversos trabajos y publicaciones del profesor de Arquitectura Juan Manuel Barrios Rozúa. Su principal texto compilatorio de destrozos, mutilaciones y/o desapariciones totales está contenido en su libro Reforma urbana y distribución del patrimonio histórico en Granada (1998), editado por la Universidad de Granada. Es la crónica más completa hecha hasta ahora para tomar conciencia de que sí, que Granada se parece poco en la actualidad a la que fue antes de 1810. Y eso que para principios del XIX, cuando llegaron los franceses a cometer fechorías, los granadinos ya habían derribado la mayor parte de las murallas y puertas nazaritas para permitir su crecimiento por las zonas linderas a las vegas.

En su fichero enumera barrio a barrio, con planimetría e interesantes fotografías y grabados, las pérdidas de los últimos doscientos años.

Un segundo libro de este mismo autor, imprescindible y condensado del anterior, es Guía de la Granada Desaparecida, editado por Comares un año después. En su fichero enumera barrio a barrio, con planimetría e interesantes fotografías y grabados, las pérdidas de los últimos doscientos años. Así, en el barrio del Albayzín ubica 31 desapariciones; 13 en el Realejo; 14 en las Angustias; 14 en la Magdalena: 9 en el Triunfo-Cartuja; 13 en San Matías; y otras 45 que se llevó por delante la apertura de la Gran Vía. Y porque no desciende a contar el medio centenar de corralas de los siglos XVII a XIX e infinidad de mutilaciones en palacetes.

 

Los mayores destrozos

En la actualidad, la desaparición de edificios históricos de Granada ya supera la recopilación que hizo Paloma Sánchez Campos, aproximándose a los 240 en nuestros días. Esto demuestra que la incuria social y política actuó, actúa y continúa actuando. Eso, sin contar los pastiches resultantes de algunas restauraciones o la incrustación de adefesios en lugares que no corresponden. Un barrio caracterizado por arquitectura renacentista no admite un edificio de diseño actual a su lado. Cada capa de la cebolla que es una ciudad debe estar en su lugar.

Los trazadores de ciudades parece que se olvidaron de incluir las plazas y los jardines en sus diseños

A cambio de eliminar iglesias y conventos de los siglos XVI y XVII, la ciudad ha conseguido algunos espacios públicos de los que careció hasta el siglo XIX. Los trazadores de ciudades parece que se olvidaron de incluir las plazas y los jardines en sus diseños. La mayoría de espacios diáfanos que tiene hoy Granada salieron del derribo de edificios religiosos.

Repasemos por encima los grandes hitos históricos por pérdida de edificaciones anteriores o su sustitución por otras estructuras, es decir, las de mayor impacto en la trama urbana actual:

Alhambra y Generalife. Desde los primeros años de conquista, los cristianos acometieron grandes reformas para consolidar lo dañado y, sobre todo, para modificar lo que había. No ha habido siglo en el medio milenio último en el que no haya desaparecido algo de la estructura original. La zona de los Aljibes ocupó un antiguo arrabal, con la Puerta Real al fondo; en su lugar apareció el actual aljibe y la plaza del mismo nombre; fueron eliminados todos los palacios de la nobleza nazarita en lo que hoy es actual Secano; una parte de los palacios fue demolida para levantar el Palacio de Carlos V; desapareció en Palacio del Infante, sustituido por el Convento de Franciscanos, a su vez reemplazado por el actual Parador; la ocupación francesa destruyó o desfiguró varias torres y el tramo de muralla del Sureste (torre del Agua, de Baltasar de la Cruz, del Cabo de la Carrera, de Juan de Arce, torre Peralada, etc.).

Muralla medieval. Ya en el siglo XVI empezaron a ser demolidos paños de la muralla nazarita en su parte baja, entre las puertas de Elvira y de Bibarrambla; el objeto fue permitir el crecimiento de la ciudad renacentista para dar paso a los barrios de la Magdalena y la Duquesa. La puerta de San Jerónimo quedó bajo la iglesia de los Santos Justo y Pastor; otra bajo la calle Capuchinas; la de Bibarrambla sucumbió a finales del XIX y la del Rastro había caído en 1790. También el tramo hasta Bibataubín cayó en el XVIII. Tiempo antes habían comenzado a destruir el tramo que bajaba desde Torres Bermejas hasta Bibataubín. Las puertas del Sol y del Pescado también desaparecieron en el XIX. Lo único que sobrevivió de esa zona de muralla fue la Quba de la huerta de Aixa (Cuarto Real de Santo Domingo).

De la muralla zirí continúa entero el tramo que corre paralelo a la Cuesta Alhacaba, entre las puertas Monaíta y de las Pesas. En la Alcazaba Cadima solamente quedan tres torreones en medio de jardines particulares y ermita de San Cecilio; el resto que bajaba hacia la puerta de Guadix también ha ido desapareciendo con el tiempo. El tramo de muralla que enlazaba la Puerta de Elvira con la Monaita ha quedado reducido a tramos incrustados en las partes traseras de las casas de Cuesta de Abarqueros.

 

Zona central del fresco la Batalla de la Higueruela. Así debió ver el dibujante la ciudad amurallada nazarita en 1421, con la cerca intacta y todas las puertas en pie. EL ESCORIAL

 

J. Hoefnagel, en 1565, dibujó una ciudad cristiana en construcción: la catedral sólo con la capilla mayor acabada, San Jerónimo a medio y el caserío apiñado en los cerros del Albayzín. La parte de la muralla que daba a la Vega ya había sido rebasada.

 

En cuanto a la Cerca de Don Gonzalo, se conservan buenos tramos todavía. Aunque ya fue partida al abrir la carretera de Murcia en la zona del Tambor y una abertura en el Callejón de Lebrija. Desde el Tambor hacia el barrio de San Ildefonso ha ido cayendo poco a poco en el siglo XX; el último postigo que desapareció, el Túnel, se encontraba por encima de la iglesia de San Ildefonso.

Curiosidades: el itinerario de la muralla entre las puertas de Elvira y Pescadería se puede intuir por las marcas dejadas en el reciente adoquinado de la calle Navarrete, que simula su planta cuadrada; bajo una cochera en la Placeta del Azúcar hay otro torreón; un muro en el convento de la Encarnación; el muro del Jardín Botánico sigue la línea de la muralla, que está visible bajo un cristal del bar de enfrente.

El Darro escondido. De los trece puentes que llegó a tener el Darro desde su entrada a la ciudad hasta su desembocadura, solamente quedan visibles los cuatro primeros, de traza cristiana todos (incluso el de las Chirimías reconstruido a finales del XIX). Los demás duermen ocultos bajo la bóveda que cubre el cauce desde su entrada a Plaza Nueva; pero la mayoría fueron derribados por suponer un obstáculo a ingenieros y arquitectos. La cubrición del Darro ya empezó en 1516 para sacar Plaza Nueva; continuó a finales del XVIII en un tramo de Puerta Real; y ya se acabó de esconder por fases durante toda la segunda mitad del XIX. Solamente se dejó para los años 1936-41 el tramo último, el comprendido desde Puente de Castañeda hasta el final. Aquí fueron volados los dos últimos que quedaban, el de Castañeda y el de la Virgen.

 Puente de Castañeda y zona de la Carrera, hacia 1860. Penúltimo puente cristiano construido en el siglo XVII y demolido en 1937. CLIFORD/AHMGR 

 

El proceso de escondido del Darro supuso un cambio radical en el paisaje urbano de Granada. Lo que era el Revés del Zacatín, dio paso a una de las calles principales, Reyes Católicos. Fue una obra aplaudida en su tiempo por el cien por cien de granadinos. Se llevaron por delante las casas-puente de Plaza Nueva, la Riberilla de los Tintes y sus escalinatas para bajar a las curtidurías del cauce, la acequia de Sancti Spíritus, dos molinos de harina, la Rondilla, etc. Esta obra del río afectó a las dos aceras de la calle, ya que los edificios “se dieron la vuelta”, pasaron a tener sus fachadas principales al otro lado; la calle Reyes Católicos (inicialmente llamada Méndez Núñez) pasó a ser la más codiciada por las familias pudientes y el comercio. Por ejemplo, los banqueros Rodríguez-Acosta levantaron aquí su banca y su vivienda; el Duque de Abrantes hizo su palacio en lo que antes eran corrales (posterior Banesto de la acera de la Sierpe); Correos, Telégrafos, Telefónica, Centro Artístico acabaron por establecer aquí sus sedes.

Gran Vía. Fue el proyecto de “ensanche” interior que más modificó la trama medieval-renacentista de Granada. En agosto de 1895 empezaron los derribos de los 302 edificios comprados o expropiados. La operación se planteó como de saneamiento y para comunicar los dos extremos de la ciudad y sus estaciones de ferrocarril. Esta obra afectó a la franja de la calle recta y ancha, pero tuvo su influencia en el ensanche de todas las laterales hasta llegar al Triunfo. El resultado fue muy aplaudido por la población, pero el proyecto supuso uno de los mayores destrozos y modificación de la trama medieval de Granada. Las consecuencias sociales obligaron a emigrar de la Medina a más de dos mil personas, que se refugiaron principalmente en el Albayzín. Este barrio sufrió una colmatación de la noche a la mañana; buena parte del material de derribo para abrir la Gran Vía fue a parar a las obras de construcción de bloques o reformas en el Albayzín de principios del siglo XX.

La segunda fase del proyecto de Gran Vía contemplaba su continuación por San Matías, el Campillo y la Carrera, hasta el Humilladero. Por fortuna, se decidió no continuarla a base de derribar los edificios de un lateral de la calle San Matías. También fue desechada la Gran Vía de los Pobres, una perpendicular desde Postigo Velutti hasta el Carril del Picón.

Conventos y monasterios. En los dos años de ocupación francesa se registraron los primeros destrozos e inicios de desamortizaciones: cayó la iglesia de San Francisco Casa Grande (actual plaza del Padre Suárez y patio militar); y la torre de la iglesia de San Jerónimo para acabar el Puente Verde. Fueron expulsados sus frailes para destinar los edificios a cuarteles en los conventos de San Jerónimo, los Ángeles, Carmelitas Calzados, Carmelitas Descalzos, San Felipe Neri, San Francisco de la Alhambra, La Merced y San Basilio. La modificación de sus estructuras fue notable en algunos casos.

 Una turista fotografía la Carrera del Darro, una de las calles más fotogénicas de la ciudad.

 

Aquel melón abierto por los franceses ya nunca se cerró. El convento de los Agustinos descalzos (en la Plaza del Salvador del Albayzín), acabó sus días con el derribo y convertido hoy en un Carmen de propiedad de un jeque catarí. El convento de San Antonio de Padua fue partido para viviendas particulares. La Cartuja sufrió la amputación de su claustro mayor y, ya hace medio siglo, sus edificios delanteros para dejar sitio a la carretera y campus universitario. El convento de agustinos descalzos dejó paso a la actual plaza de San Agustín y el mercado de abastos. El de trinitarios descalzos y su iglesia pasaron a ser Plaza de la Trinidad. El de Carmelitas Calzados ha dado paso al Ayuntamiento actual y a la Plaza del Carmen. El convento de Santo Domingo perdió parte de sus espacios para abrir una calle y plaza; sobrevive su iglesia casi intacta y el coristado (comisaría de Policía de la plaza de los Campos). El convento de Capuchinas junto a la Catedral acabó demolido y dejando su espacio a los mercados, zona abierta hoy de la Romanilla; sus monjas se reubicaron en el convento de San Antón, adonde se llevaron buena parte de su patrimonio. En la década de 1950-60 hubieron de perder un pequeño espacio para el ensanche de la calle Recogidas, que se llevó también por delante el Beaterio de las Arrecogidas fundado por el arzobispo Pedro de Castro. También el siglo XIX se llevó por delante el que era hospital musulmán más antiguo de España, el Maristán, y un incendió acabó con la única Alcaicería (mercado de seda) de origen medieval que pervivía en nuestro país.

Dibujo de Alfred Guesdon, 1853, cuando estaban a medio los derrumbes. Aquí ya se ve demolida la torre de San Jerónimo, derribaba la parte superior de la Merced y deformada su fachada para convertirla en instalación militar.

 

Ha habido casos de edificios desamortizados en el XIX que posteriormente han vuelto a propiedad de órdenes religiosas. El caso más reciente es el Hospital de San Juan de Dios, desamortizado en el XIX, pero con uso de hospital provincial de la Diputación hasta 2009 en que empezó a ser devuelto a los Hermanos de San Juan Dios; todavía quedan algunos flecos por devolver, en tanto que se ha iniciado su rehabilitación; pero el tercer patio ya no será recuperado, pues fue demolido para hacer la facultad de Medicina (1884). San Felipe Neri, tras ser utilizado como comisaría, almacén de varios productos, parada de postas, etc., en 1916 fue adquirido por la comunidad Redentorista, que lo devolvió a la vida religiosa, no sin haberse dejado sus dos torres en el trayecto. También consiguió ser devuelto a órdenes religiosas San Jerónimo, que las monjas rehabilitaron y volvieron a levantar la torre demolida por los franceses; pero tantos años de uso militar y el incendio de 1927 lo dejaron bastante mutilado.

Los conventos de la Merced y San Francisco Casa Grande fueron reconvertidos en instalaciones militares, con muchas modificaciones, pero al menos sus claustros centrales continúan en pie. El convento de Belén tuvo peor suerte; tras muchos vaivenes, acabó convertido en el colegio Juan Hurtado y algunos chalecillos, tras haber sido utilizado como presidio unos cuantos años.

El convento de carmelitas descalzos (Carmen de los Mártires), también desapareció para dar paso a palacete del general Calderón y Vasco, a casa-museo de Meersman, jardines del Duque del Infantado y, finalmente, a jardines y palacio de propiedad municipal.

En el Albayzín también fue una gran pérdida desde el punto de vista paisajístico la desaparición del convento de la Victoria, que dejó paso a edificaciones particulares y permitió conectar la cuesta del Chapiz con la calle San Juan de los Reyes, más una plaza-mirador.

 Contrapunto. El Retiro del Triunfo en la actualidad, fotografiado desde la urbanización que ocupaba la iglesia de Capuchinos. La zona de expansión del siglo XVIII ha sido urbanizada con edificios administrativos, viviendas militares, la Escuela Normal y el Instituto de Secundaria. La Acera del Triunfo ha sido rebasada por nuevos bloques de pisos (quedan fuera por la derecha) y en el centro aparece el jardín del Triunfo, con su fuente corrida y la columna desplazada hacia el Oeste en 1962. A pesar de todo, al fondo se ve el coqueto caserío asentado en los cerros de San Cristóbal, la muralla de la Alhacaba y el Albayzín que tapa las torres de la Alhambra y la sierra cubierta de nieve en este febrero lluvioso. Por la derecha se nos escapa la Catedral. 

 

La lista de torres, chapiteles, oratorios, casas de paso, cobertizos, balconadas, aleros, miradores, etc. que han desaparecido en los dos últimos siglos en Granada es interminable. La mayoría fueron objeto de pinturas y grabados de los románticos, muchas veces exageradas, reinventadas o cambiadas de lugar, pero que dieron una idea del atractivo que suponía para ellos.

Granada se convirtió en uno de los principales atractivos para los viajeros románticos durante casi todo el siglo XIX. Sus sucesores son los miles y miles de visitantes que hacen de la Alhambra el monumento más visitado de España y de los bares de tapas uno de los mayores atractivos de la ciudad. A cambio de vivir en una de las ciudades más bonitas, atractivas y visitadas de España hay que soportar la progresiva expulsión de los vecinos de siempre para convertir sus pisos en apartamentos turísticos, a los “asn@s” beodos que vienen a las despedidas de solteros y a las decenas de rebaños de turistas baratos guiados por gentes de fretour.

 

Autor: Gabriel Pozo Felguera

Fuente: https://www.elindependientedegranada.es/cultura/pesar-todo-granada-sigue-siendo-mas-bonita-espana

 

La Peza (Granada) prepara la recreación de su lucha contra las tropas napoleónicas

La Peza (Granada) prepara la recreación de su lucha contra las tropas napoleónicas

Presentación de la recreación del Alcalde Carbonero de La Peza


La tradicional recreación de la batalla que Manuel Atienza, conocido como el Alcalde Carbonero, encabezó en 1810 se celebrará el 24 de agosto en La Peza, en la comarca de Guadix (Granada).

Según ha informado este martes la Diputación de Granada en una nota, la valentía del famoso alcalde y el orgullo de este "pequeño pueblo de carboneros" en su resistencia a las tropas de Napoleón se reflejan en el lema de la localidad, 'Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse', y desde hace años sirve también como reclamo turístico para la comarca de Guadix y toda la provincia.

Los cerca de 1.300 vecinos de La Peza ultiman estos días los preparativos de la recreación de la batalla que emprendió Manuel Atienza, conocido como el Alcalde Carbonero, frente a las tropas francesas. La Diputación de Granada viene colaborando desde el inicio con esta fiesta singular, que este año tendrá lugar el sábado 24 de agosto, y que se ha convertido en su mayor reclamo turístico.

Al acto de presentación, que tuvo lugar en el Palacio de los Condes de Gabia, asistió la vicepresidenta tercera y diputada de Bienestar Social de la Diputación de Granada, Olvido de la Rosa, la alcaldesa de La Peza, Celia Santiago, y el vecino que representa cada año al Alcalde Carbonero, Alfredo Fernández.

La diputada provincial felicitó al Ayuntamiento de La Peza por recuperar y seguir fomentando este importante hecho histórico y destacó que "la recreación es el motivo de un extenso programa de participación sociocultural de todo el pueblo, y durante los meses de julio y agosto los lapeceños y lapaceñas se embarcan en múltiples actividades culturales para caracterizar y escenificar aquel enfrentamiento; mediante las artes plásticas, las artes escénicas y la artes audiovisuales, además de la música".

La alcaldesa del municipio, Celia Santiago, manifestó que "la representación que llevamos celebrando desde 2010 se ha convertido en una gran fiesta porque podemos continuar demostrando que La Peza sigue siendo un pueblo luchador". Además, la alcaldesa ha afirmado que "nosotros estamos encantados de recrear cada último fin de semana de agosto esta gesta heroica que nos enorgullece y que nos ha servido como revulsivo para traer muchos visitantes".

El sábado 24 de agosto, el visitante a La Peza podrá ver un municipio absolutamente transformado en un pueblo de 1810 y a todos sus vecinos, desde los más pequeños a los mayores, representando diversas escenas costumbristas en los lugares más emblemáticos de la localidad: haciendo pleita y encaje de bolillos, secando tomates, elaborando queso y miel, lavando la ropa en los lavaderos públicos, o preparando la metralla.

La recreación comenzará a las 10,30 horas con la preparación de la batalla, con las mujeres del pueblo aprovisionando el lugar como hospital de campaña, la llegada del alcalde Manuel Atienza y la serie de escenas costumbristas.

El punto álgido del evento tendrá lugar a partir de las 19,30 horas, cuando repicarán las campanas y sonarán los tambores para anunciar la llegada del enemigo, las tropas de Napoleón. Entonces, Alfredo Fernández, el vecino que asume cada año el papel del Alcalde Carbonero, arenga desde el balcón de la Plaza de España a todo el pueblo y lo moviliza para hacer frente a los franceses y luego, todos, se dirigen al campo de batalla.

El tercer y último acto, consiste en la batalla propiamente dicha: escaramuzas de ataque y retroceso, preparación del cañón de madera de encina, fuego, fusilamiento y raptos.

El epílogo de la historia, sobre las 22,30 horas, cuenta la explosión del gran cañón de madera de encina. Entonces, las tropas francesas tuvieron que replegarse a Guadix y volver a los tres días con el refuerzo de dos mil soldados. El Alcalde Carbonero resguardó a los niños y mujeres en la sierra, dejó el pueblo vacío y esperó a los franceses a las afueras.

Manuel Atienza fue finalmente capturado, pero sin perder su dignidad, rompió su bastón de mando y sentenció: "Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse". Dicho esto se arrojó por el tajo Bernite para que no se apropiara de su cuerpo el enemigo. La*frase define en buena medida el carácter luchador de los orgullosos vecinos y es el lema actual de la localidad.

La recreación de la batalla del Alcalde Carbonero está basada en el relato homónimo de Pedro Antonio de Alarcón de sus 'Historietas nacionales' (1859) y surgió en el año 2010 para conmemorar el bicentenario de la contienda. Pero lo que comenzó siendo un evento único, se ha convertido en una típica fiesta de verano, un lugar de encuentro y participación de los propios lapeceños y un singular reclamo turístico del municipio, que atrae cada mes de agosto a cientos de visitantes de la comarca de Guadix y de toda la provincia de Granada.

COLABORACIÓN DE GUADIX

Este año, el Ayuntamiento de Guadix ha reforzado su colaboración con la fiesta de este pueblo de su entorno. A través de la Concejalía de Cultura, habilitará un autobús gratuito para todas aquellas personas que quieran participar en el enfrentamiento entre peceños y napoleónicos, ha informado el Consistorio accitano en una nota.

Desde el Ayuntamiento de La Peza, se aconseja ir ataviados según la vestimenta peceña de la época. Es importante para participar en la recreación ir caracterizados de la época evitando camisas de cuadros, de rayas o colores estridentes.

 

Fuente: https://www.europapress.es/andalucia/noticia-peza-granada-prepara-recreacion-lucha-contra-tropas-napoleonicas-20190813135438.html